martes, 5 de marzo de 2013

Reflexión II, la razón

Tú me gustabas. 

No me gustas ni me gustarás porque todo cambia. Y tú cambiaste, y yo cambié, y nosotros cambiamos, y el tiempo cambió, y la fecha cambió, y la hora cambió, y el valor de la moneda cambió, y la ciudad cambió, y el país cambió, y el presidente... Bueno.

No me preguntes qué pasó, ya sé que a ti no te gustan los cambios. Pero siempre acabamos acostumbrándonos, ¿no?

Qué vaina que yo me haya acostumbrado a ti.

No, no me gustas ni me gustarás, pero la costumbre es algo letal, y se abalanzó sobre mí con furia.

Tú eres como el azúcar para un diabético que siempre amó el chocolate.
Eres la enfermedad. 
Eres el anti-gris.
Eres la danza.
Eres un poema de Cortázar. La reflexión de Oliveira y la Tregua de Santomé.
Eres esta historia y la siguiente.

¿Y cómo odiarte, si siempre termino necesitándote?

Es un punto en el que ya no soy yo. Ya eres tú. 
Pero ya no somos nosotros.
Porque nunca hubo un "nosotros", porque, claramente, los "nosotros" no existen. Porque el ser humano es un individuo egoísta. 

Y dices ser, dices querer, dices pretender. 
Pero todos son, todos pretenden, todos quieren.

Sin embargo, —y aquí va— yo, como siempre —qué raro—, y como nunca dejará de ser, acabo acostumbrándome a tus barbaridades. 
Hasta termino queriéndolas como si fuesen mías.

Eres ese centro de atracción.
La barbaridad, el desorden.
La casualidad.
La razón.
Eres real. La realidad. Y me dueles.
La despedida.
La ingenuidad.

Qué único. 

Siempre mi desventaja.
El poder.
La costumbre. La necesidad.
El desequilibrio.

No me gustas ni me gustarás, pero siempre te quiero. Siempre eres y serás.